Cuando queremos a una persona nos gusta estar con ella, acompañarla, compartirle lo que nos gusta. Pero sabemos que es justamente en la convivencia como se va haciendo más grande ese cariño.
Así también es nuestra relación con Dios: Él siempre está presente, pero somos nosotros quienes debemos buscarle.
Tengo amigos que me dicen: “Yo voy a Misa o hago oración cuando me nace”
¿Cuándo te qué…?
En realidad esa idea es una “trampa del egoísmo”. Y que se puede hacer más grande precisamente en la medida en que menos nos interesamos por acercarnos a Dios, a Su Palabra…
Me gustaría compartirte estos fragmentos de una Homilía del siglo V sobre la oración. Antigua, sí, pero al mismo tiempo muy actual, pues el Amor de Dios no es voluble, no cambia.
“El mayor bien está en la oración, en el diálogo con Dios... La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres.
Hace que el alma se eleve hasta el cielo y abrace a Dios con inefables abrazos, apeteciendo la leche divina, como el niño que, llorando, llama a su madre; por la oración el alma expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza invisible. Pues la oración se presenta ante Dios como venerable intermediaria, alegra nuestro espíritu y pacifica el alma.
Cuando hablo de oración me refiero a la verdadera, no a las simples palabras: la oración que es un deseo de Dios, una inefable piedad, no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia divina, de la que también dice el Apóstol: «Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rm 8,26). Una oración así, cuando Dios la otorga a alguien, es una riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma; quien la saborea se enciende en un deseo eterno del Señor, como un fuego ardiente que inflama su corazón.”
Que Dios te bendiga
Tu amigo Zurc0
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