Publicado en Espiritualidad
Visto 1218 veces
Valora este artículo
(4 votos)
Etiquetado como
El dulce arrullo de una madre por su hijo amado resulta siempre conmovedor. Se admira con un respeto profundo que llega hasta el alma. Es la intimidad de un sentimiento –y dos amores- y que bien lo comprende aquel hijo al contemplar los ojos de su madre, ojos que no apartan su mirada y que lo bañan de ternura.
Y en ella-en la madre- todo se ilumina y se llena de gozo, al tiempo en que entona su nana, acaricia y abraza el fruto más amado de sus entrañas. Mientras las horas tienen ahora el destello de un instante… una hermosa luz que llena al mundo de Esperanza
Dos corazones que se entrelazan y reposan en la confianza –uno del otro. Dos corazones que palpitan al mismo ritmo y cantan con una misma voz.
“Duérmete, tesoro mío… no tengas miedo de nada…” Que yo te cuido, que yo me encargo de velar tu sueño…
En algunas tribus africanas, es costumbre que cuando una mujer está embarazada, se aparta de la tribu y se interna, en soledad, un tiempo en la selva, para hacerle su canción al bebé que está por nacer. Una vez “encontrada” esta canción, la madre regresa. Bien, esta canción se le canta al bebé al nacer y en cada fecha importante de su vida.
Así es el amor de una madre: permanece y nos acompaña en toda nuestra vida. Al igual que el amor de María Santísima, que no se “agota” en Jesús, sino que en Él y por Él se extiende a toda la humanidad y no deja de brindarnos su protección.
Que Dios te bendiga
Tu amigo Zurc0
Twitter: @Zurc0
Modificado por última vez en Sábado, 18 Agosto 2012 17:51
Más en esta categoría: La Candelaria »

Deja un comentario

Make sure you enter the (*) required information where indicated.Basic HTML code is allowed.