Cuando Cristo se dispone a “dejar” esta tierra para ocupar Su lugar que es a la Derecha del Padre, nota el desconcierto y tristeza en sus discípulos. Ellos se sienten quizá desprotegidos. Todos esos años no hacían otra cosa que seguirlo, Él marcaba el rumbo, la dirección de a dónde debían dirigirse. ¿Y entonces ahora qué harían? ¿A dónde irían? ¿Qué deberían predicar?
Conociendo sus corazones y el temor que había en ellos, les promete no dejarlos solos, les promete el envío del Espíritu Santo: “Él les enseñará todo…”
Y así sucedió, lo celebramos hace unos meses en la Fiesta de Pentecostés.
Pues bien, esa promesa permanece. Dios nos da al Espíritu Santo, que es también Dios, para transformar nuestros corazones y renovar nuestro espíritu con un amor que lo supera todo.
Por eso el Adviento es un tiempo hermoso de esperanza, es decir, de una confianza puesta en Dios mismo. Tener la certeza de que mi vida Le importa.
Que bueno es ver cómo los niños, en esta época, escriben sus cartas al Niño Dios: llenos de ilusión y con la certeza de que van a recibir un regalo. ¿No podría también yo escribirle una carta? Podría pedirle que aumente mi fe, mi paciencia, mi amor por los que me necesitan. Podría pedirle más humildad quizá, o la capacidad de ser agradecido por todo lo que ya he recibido.
No tengas miedo de pedir cosas buenas, todo aquello que te ayude a recibirlo en plenitud esta Navidad, en tu hogar y en tu corazón.
Que Dios te bendiga
Tu amigo Zurc0
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