El diario de una madre enferma de cáncer

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La brevedad de la vida no debe llevarte al pesimismo ni a la flojera. Al contrario, debería llenarte de ilusión y lanzarte a una carrera contra reloj. Dicen que el tiempo es oro. Considéralo como un paraíso, como un regalo del amor (C. E. 685).

En todas partes se escucha la misma queja: «¡Cómo se pasa la vida!». Tú, por el contrario, debes alegrarte y proclamar:
Se dice también: «Cada día nos acerca un poco más a la tumba». Tú deberías decir: «Cada día es un paso más hacia el cielo» (C. E 668).

En tus pruebas interiores y exteriores, recuerda siempre estas palabras del Apocalipsis: «Enjugará las lágrimas de sus ojos, y no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo viejo se ha desvanecido» (Ap 21,4) (C. E 682).

La brevedad de la vida no debe llevarte al pesimismo ni a la flojera. Al contrario, debería llenarte de ilusión y lanzarte a una carrera contra reloj. Dicen que el tiempo es oro. Considéralo como un paraíso, como un regalo del amor (C. E. 685).

Los dos esposos fueron a consultar al médico por última vez acerca de la enfermedad de la esposa. Con suma franqueza y con gran tacto, el especialista informó a los dos esposos de la fase terminal de la enfermedad, los animó con toda el alma y prescribió algunas medicinas para el dolor.

No eran ricos y tenían seis hijos a los que educaban con todo su amor. Su vida conyugal y familiar era hermosa y feliz. El se llamaba José y su mujer Teresa. Los dos eran funcionarios en los Estados Unidos.

Tras los primeros momentos de angustia, se rehicieron y tomaron una decisión original dictada por su fe y su confianza en Dios. La esposa fue anotando los cambios que se iban dando y las impresiones que esos cambios les inspiraban. Entresacamos aquí algunas de esas páginas:

«Mi marido visita a nuestros vecinos y amigos y les dice: "Mi esposa está aquejada de una grave enfermedad. Hemos luchado contra el mal. Pero el médico nos ha informado en la última visita que ha llegado la fase terminal. Si nos tenéis compasión, ayudadnos a aliviar la pena y el dolor de mi mujer".

»Al día siguiente, algunos amigos se informaron acerca de cómo podrían ayudarnos. A primera hora, las señoras vinieron a ocuparse de nuestros hijos: levantarlos, vestirlos, darles el desayuno. Algunas hacían las compras, se encargaban de lavarnos la ropa y de arreglar la casa. A veces venían con flores para alegrar el ambiente... o con periódicos para distraerme. Yo, en mi impotencia, me esforzaba por hacer feliz a mi marido y a mis hijos y por manifestar a mis amigos mi sincero agradecimiento.

»Mi marido reunió a nuestros hijos y les dijo la verdad sobre nuestra situación: "Vuestra madre ya no vivirá mucho entre nosotros. Vamos a hacerla feliz en los días que le quedan. No la hagamos sufrir y no dejemos que se canse. Que cada uno se encargue de algo de lo que hacía ella: poner la mesa, fregar los platos, hacer la cama...".

»De esa manera, yo puedo sufrir tranquilamente esperando la muerte. Pero lo que me martiriza es el futuro de mis hijos. Un día, le hablé de ello a mi marido y nos pusimos de acuerdo para mandar este anuncio a los periódicos: "Soy una madre de familia con cáncer en fase terminal. Voy a morir y busco familias caritativas que quieran apadrinar a mis hijos. Si usted desea hacerlo, póngase en contacto conmigo... Pero como estoy tan unida a mis hijos, me permito poner las siguientes condiciones:

1. Educar cristianamente a mis hijos según el espíritu del Evangelio.

2. Tratarlos como a verdaderos hijos, proporcionarles medios para estudiar, en la medida de su capacidad intelectual.

3. No romper los lazos con su familia, dejarlos comunicarse con su padre y entre ellos. Todos los años, en tiempo de vacaciones, permitirles volver a casa de su padre a pasar allí unas semanas todos juntos.

4. Si, después de un cierto tiempo, no se cumpliesen estas condiciones, deseo que mi marido pueda recogerlos".

»Varias familias, conmovidas por mi situación, nos escribieron para informarse más detalladamente; algunas incluso vinieron a vernos. Mi marido y yo les dimos las respuestas que creímos convenientes. Nuestros hijos nos preguntaron sobre la suerte que les estaría reservada. Se lo explicamos lo mejor que pudimos, haciéndoles comprender que había dos condiciones inseparables: su felicidad y nuestro amor.

»Y cuando llegó el momento de la separación —¿quién puede comprender el dolor de la ruptura?—, teníamos preparado un ajuar para cada uno de ellos.

»Damos gracias al Señor por habernos concedido encontrar familias cristianas, generosas y desinteresadas... Nos escriben todas las semanas y hacen que nos escriban nuestros hijos. Así, todos están felices. Tan sólo uno no estaba a gusto con su nueva familia, y como ésta era muy comprensiva, lo trajimos y se lo entregamos a otra...

»Reuní las últimas fuerzas que me quedaban para pasar a ver a las seis familias y encomendárselos por última vez... antes de que ya no pudiese moverme. Cuando finalmente me quedé clavada en el lecho, vinieron algunas mujeres para ayudarme a asearme y para hacerme las cosas.

»Estas son las últimas líneas que escriben mis manos. Doy gracias al Señor con una confianza total. Se lo ofrezco todo a él, al Padre infinitamente bueno, por todos nosotros. Creo que voy hacia la pura luz de la felicidad, de una felicidad infinitamente mayor que la de esta tierra... Adiós a todos, familiares y amigos... Pongo aquí punto final a este diario... Adiós, y hasta el encuentro de la felicidad eterna. Termino dando gracias a Dios por su bondad y amando a todos los hombres».

Cardenal Van Thuan

Siervo del Señor, Francisco Xavier Nguyen Van Thuan fue arzobispo coadjuntor de Saigón, fue arrestado por el régimen comunsta y pasó 13 años en la cárcel, 9 de ellos en aislamiento. En prisión escribió Mil y pasos en el camino de la esperanza. En 1991 fue liberado, Juan Pablo II le nombró, en 1994, presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz. Fundó Mater Unitatis. Falleció el 16 de septiembre de 2002 en Roma. Actualmente, se sigue un proceso para su canonización