Jesús hace la gran obra en las cosas más pequeñas.
Dirijamos la mirada a Jesús.
En la Sagrada Escritura Moisés figura como el hombre de las grandes cifras. Cuando los israelitas parten de Egipto, son “unos seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños”. “Salió también con ellos –añade la Escritura– una gran muchedumbre, con ovejas y vacas; una gran cantidad enorme de ganado” (Cf. Ex 12,37-38).
Jesús, en comparación, aparece como el hombre de los números pequeños. Su atención se centra sobre todo en los “pequeños”, en los pecadores: en Zaqueo, en la samaritana, la adúltera...
En su enseñanza sobre el Reino de Dios no emergen figuras grandiosas o llamativas “¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza que tomo un hombre y lo puso en su huerto; creció hasta hacerse árbol y las aves del cielo anidaron en sus ramas” (Lc 13,18-19).
Y prosigue “¿A qué compararé el Reino de Dios? Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina hasta que todo fermento” (Lc 13,20-21).
También decía: “El Reino de Dios es como un hombre que hecha el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo” (Mc 4, 26-27).
Jesús no compara al grupo de sus discípulos con un ejército dispuesto para el combate si no que dice: “No temas pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino” (Lc 12,32).
Y también: “Vosotros sois la sal de la tierra, mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salara?” (Mt 5,13)
“Vosotros sois la luz del Mundo...” (Mt5, 14)
“Mirad que os envió como corderos en medio de lobos” (Lc 10,3), dice a los suyos y los exhorta a ir sin dinero y sin poder: “No llevéis alforja ni bastón” (cf. Mt 10, 9,10).
En sus parábolas y en sus narraciones saltan a la vista más bien pequeños números y cosas menudas que indican su atención a los individuos, a las cosas humildes y esenciales.
Habla de las “dos moneditas” que echo una viuda en el tesoro del templo (Cf. Mc 12,41,42); del pastor que deja las noventa y nueve ovejas, para ir a buscar a la que se había perdido (cf. Lc 15, 4-7); de la mujer que tenía diez dracmas y barrió la casa para encontrar la que se le había extraviado (cf. Lc 15,8-10).
Le bastaron cinco panes y dos peces para saciar una multitud.
La Iglesia como “minoría” esta llamada según a vivir este estilo del Evangelio, a hacer suya las prioridades y las preferencias de Jesús.